domingo, 29 de marzo de 2015

Juntas de evaluación y el fin del Cante Jondo

Nuestra última junta de evaluación fue un experimento. Frente al cante (jondo) de notas y calificaciones habitual, decidimos reflexionar conjuntamente sobre nuestro trabajo en el aula y sus resultados generales sin demasiados números de por medio. Así pues, abolimos la tradicional sesión de Bingo de final de trimestre y la sustituimos por una jornada de trabajo mucho más productiva y enriquecedora. Seguro que muchos otros centros lo llevan haciendo ya mucho tiempo, pero nosotros lo pusimos en práctica esta última semana. Y la verdad es que no estuvo nada mal.

Tampoco es que fuera demasiado complicado, la verdad. Simplemente se trataba de dejar de lado la típica cantinela de aprobados y suspensos para pasar a hablar de metodologías, sistemas de evaluación, actividades, enfoques y, por supuesto, alumnos pero, eso sí, sin notas de por medio. Nada de Fulano, siete, Mengano, cuatro. Prohibido. Hablamos de alumnos pero en términos de evaluación, que siempre es mucho más interesante que la simple calificación. 

¿Y cómo lo hicimos? Pues la sesión en cuestión era de graduado en educación secundaria, así que lo que planteamos fue un repaso de cada uno de los módulos desarrollados durante el trimestre donde cada profesor detallaba un mapa de la asignatura parecido a esto: metodología(s), sistema de evaluación, actividades de interés desarrolladas, resultados generales y, obviamente, evolución del alumnado. Así pues, estuvimos un par de horas hablando sobre nuestro día a día del último trimestre, compartiendo problemáticas, aciertos y, por supuesto, también errores. La sesión finalizó con la creación de un sencillo documento compartido donde se reflejan las conclusiones generales de la sesión de evaluación y los aspectos más relevantes planteados en ella, a fin de tenerlos en cuenta para posteriores módulos. 

Es cierto que lo reducido del claustro facilita enormemente el tinglado, claro. Pero hasta ahora no lo habíamos planteado así. ¿Ventajas? Conocemos mejor el trabajo de nuestros compañeros, compartimos experiencias positivas y errores cometidos y, sobre todo, tenemos una perspectiva general de la evolución del alumnado alejada de un número, de una cifra concreta. Porque evaluar debe ser algo más que asociar personas y números. Además, nos sirve para abrir un poco el aula y dar a conocer experiencias de éxito o, al contrario, prácticas que no han funcionado por diversos motivos. ¿Inconvenientes? Pues que parece que el fin del cante jondo se acerca, y los que entienden de esto aseguran que se trata de "puro sentimiento". Lástima...






domingo, 22 de marzo de 2015

Nunca es tarde...

Ya hemos dicho en innumerables ocasiones que los perfiles de estudiantes de los centros de adultos han cambiado mucho de un tiempo a esta parte. En los últimos años, nuevas generaciones de estudiantes con perfiles muy diversos han accedido a las escuelas de personas adultas modificando su fisonomía, estructura y funcionamiento. Chicos muy jóvenes, colectivos de nacionalidades diversas y personas que, en muchos casos, de no haber estallado la crisis económica no habrían vuelto a poner un pie en el aula están formándose en nuestras aulas a diario. Al fin y al cabo, dando un vistazo al panorama de los centros de adultos actual, creo que es bastante significativo de los cambios sociales vividos en los últimos tiempos.

Quizá sea una sensación personal pero me parece que todo este trajín ha significado que muchos centros de adultos arrinconen, seguramente de manera inconsciente, a grupos y perfiles que durante mucho tiempo constituyeron el núcleo clave de los centros de adultos: la gente mayor. En un contexto donde cada vez se priorizan más las formaciones dirigidas a la obtención de títulos oficiales y a la superación de pruebas y reválidas externas, estos grupos han quedados relegados (insisto, es mi sensación personal) a un segundo plano, alejados muchas veces de conceptos tan comunes en el discurso pedagógico actual tales como la innovación y las nuevas metodologías. 

Y es que sigue habiendo gente mayor que quiere asomarse a los centros de adultos. Hombres y mujeres que no pudieron acceder a la educación en su infancia y que merecen también disfrutar de una educación de calidad, más allá de las tradicionales fichas de lectoescriptura y de metodologías tradicionales y rancias. 

Es interesante, introducir otro modo de trabajar que socialice e introduzca otros aprendizajes. Las personas mayores que acuden por primera vez a la escuela, son infinitamente agradecidas y poseen unas inmensas ganas de aprender. Las metodologías tradicionales pueden intercalarse con los proyectos o incluso pueden formar parte de ellos en mayor o menor medida, pero no deberían ser una opción única de aprendizaje. 

De este modo se debería potenciar la participación colaborativa en detrimento del trabajo solitario y repetitivo de las fichas. Todo este potencial e interés que poseen las personas que no han podido ir a la escuela por diferentes motivos, puede canalizarse en el trabajo por  proyectos. Algunas de las experiencias que se han llevado a cabo con éxito son, entre otras:  Tertulias Literarias Dialógicas, Recitales Poéticos o proyectos que intentan recoger las vivencias, historias o anécdotas que poseen estos alumnos gracias a su experiencia de vida.  

El trabajo de María José Chordà, con quien he tenido el gusto de redactar estas líneas, es una clara muestra de que es posible trabajar de manera alternativa también con estos perfiles. En su blog Hasta la FPA y más allápuedes encontrar algunos de estos proyectos elaborados en los ciclos instrumentales o iniciales. Pues eso, lo dicho, que nunca es tarde...

Para más textos sobre formación de personas adultas puedes echar un ojo por aquí.



miércoles, 18 de marzo de 2015

La voz de la experiencia

Dicen que sabe más el diablo por viejo que por diablo. Pues será verdad. Lo que es innegable es que la experiencia es un grado. Enfrentarse por primera vez a una tarea a la que no estamos acostumbrados suele generar dudas, inseguridades y, en definitiva, dolores de cabeza varios. Por eso siempre me ha parecido muy inteligente ver, escuchar y preguntar a los "experimentados", a aquellos que han pasado por situaciones o caminos que debes (o decides) recorrer después de ellos. No soy de los que cree que todo está inventado, pero sí que muchas veces la experiencia de otras personas nos puede dar la clave para crear nuevas experiencias y soluciones o, simplemente, para tranquilizarnos y relativizar las cosas.

Todo este rollo viene a cuento de una actividad que desarrollamos en nuestro centro desde hace varios años. En los centros de adultos recibimos a mucha gente que retoma sus estudios después de un parón de varios años. Es habitual que este alumnado tenga dudas e inseguridades, especialmente aquellos que a final de curso deben presentarse a pruebas oficiales externas. Durante el año, pues, no se habla de otra cosa: la prueba, la prueba y, después, la prueba. ¿Cómo relativizar la presión del examen final y ofrecer un punto de vista más positivo y tranquilizador?

Hace unos años decidimos implicar a nuestro exalumnado en el proceso. La idea es bien sencilla. Se basa en organizar charlas periódicas con antiguos alumnos en las que estos explican a nuestro alumnado su experiencia no ya solo del examen final, sino también de su paso por nuestro centro o de los estudios que han realizado posteriormente. En definifiva, se trata de ofrecer testimonios y puntos de vista de alumnos para alumnos, apartando el foco por un rato de la figura del profesorado que les acompaña durante todo el curso. Para ello intentamos que los perfiles sean lo más variados posible y se ajusten a los presentes en la etapa educativa en cuestión.

Esta semana hemos empezado con las charlas en el grupo de grado medio y, como siempre, ha sido genial. Volver a encontrarnos y poder escuchar sus experiencias y facilitar su interacción con la actual promoción no beneficia solo a nuestros estudiantes, sino que también nos abre una ventana desde donde ver el progreso y el trabajazo de nuestros "exs" en otros centros. Y la verdad es que se agradece, máxime en estos tiempos de frenesí evaluador. Pues eso, que al loro con la voz de la experiencia...


jueves, 12 de marzo de 2015

#Preguntasquedebeshacertecomodocente

O no, claro. Que cada uno se pregunte lo que le dé la gana, faltaría más. Pero el caso es que la semana pasada  tuve el placer de seguir en vivo y en directo una conversación tuitera interesantísima, de ésas que Rosa Díez es capaz de  promover y avivar como nadie. Estaban por ahí también, entre otros, Óscar Boluda, José Antonio Fraga, José Blas García y un servidor en plan parásito aprendiendo de las reflexiones de los compañeros. El tema general era recurrente, claro, pero no por ello carente de interés: grandezas y miserias del sistema educativo y, en particular, del rol del profesorado y las necesidades de cambio o reflexión al respecto. En un momento dado, alguien publicó bajo el hashtag #Preguntasquedebeshacertecomodocente una pregunta al aire que abrió la veda. Las que siguieron me parecieron tan interesantes que pensé en incluirlas por aquí. Espero que os resulten de interés:
  • ¿Qué ha aprendido hoy mi alumnado?
  • ¿Qué quiero aprender hoy con mi alumnado?
  • ¿Cómo preguntar hoy a mi alumnado lo que quiere aprender?
  • ¿Hay coherencia entre mi práctica y lo que digo hacer?
  • ¿Soy el protagonista de mi clase o lo es mi alumnado?
  • ¿Puedo cambiar esto?
  • ¿Ha sido hoy mi aula un modelo de participación democrática?
  • ¿Hago lo mismo día tras día, curso tras curso?
  • ¿Quiero y me quieren mis alumnos?
  • ¿Realmente sé lo que aprenden mis alumnos a través de este examen?
  • ¿He sido feliz hoy con la profesión?
  • ¿He hecho felices hoy a mis alumnos?
Y mi preferida:
  • ¿Qué pensaría de mis clases ese alumno que fui?
Seguro que tú tienes las tuyas propias, claro. ¿Las añades en comentarios?

sábado, 7 de marzo de 2015

El profesor blandengue

Las moderneces tienen cosas buenas y malas. Las buenas son muchas, claro: que si el trabajo en red, que si un mayor acceso a la información, que si el desarrollo de nuevas metodologías de aprendizaje, que si sistemas de evaluación alternativos… Entre las malas, que también las hay, está la consolidación de una especie que parecía estar abocada a la extinción en este mundo educativo cada vez más materialista y cuantitativo: el profesor blandengue.

Porque profesores blandengues siempre los hubo, por supuesto, pero parecían tener los días contados. En un sistema educativo plagado de reválidas, de pruebas externas, de etiquetajes y prejuicios quién se iba a imaginar que los profesores blandengues resistirían a tal frenesí normativo. Pues sí, con sus malas artes han resistido y amenazan incluso con abrir brecha.

No obstante, parafraseando a El Fary, hay colegas que detestan al profesor blandengue. Ese profesor que tiene un exceso de aprobados en su materia, que deja la puerta abierta y arma jaleo, que no manda deberes para casa, que infla notas, que cuenta su vida a los alumnos, que organiza actividades lúdicas, que evalúa no sólo con exámenes…

Porque hay profesionales en la enseñanza que confunden exigencia con exámenes complicados o con deberes repetitivos. Porque existe la creencia de que hay que sufrir en el aula desde bien pequeños a través de fichas, redacción de cuadernos o sin salirse del libro de texto. ¡Hay que terminar el temario!

Parece que el profesor blandengue no pega palo al agua. Parece que se lo pasa bien y que conecta demasiado con sus alumnos. Incluso algunos creen que no tiene conflictos con sus alumnos o que hace dejadez de funciones. A veces, de hecho, el profesor blandengue parece incluso defender a su alumnado ante la manada docente. Y por ahí sí que no se pasa, claro. Esa es la línea que nunca debe cruzarse.

NOTA: Este post surge de una conversación tuitera con Óscar Boluda y Jaume Sans. Me imagino que no nos darán el Global Teacher Prize por él, pero hemos echado un buen rato. Aquí tenéis sus respectivos blogs. ¡Ya estáis perdiendo el tiempo por aquí!

lunes, 2 de marzo de 2015

El "caloret" docente

La señora Barberá la lió bien el otro día en la Cridà. Achispada o no, le pegó unas buenas patadas al valenciano, lengua de la tierra donde la edil lleva ejerciendo casi un cuarto de siglo como alcaldesa de Valencia. Leí por ahí que la "anécdota" (sic) en cuestión -así la han calificado en el seno del PP- es una clara muestra del abandono del valenciano por parte del Partido Popular. En fin, no se trata de una respuesta que me sorprenda demasiado viniendo de donde viene.

En cualquier caso, parecen evidentes la desidia y el pasotismo mostrados por la señora Barberá en el desempeño de sus funciones. Porque es de esperar que una profesional de la política, 24 años (¡!) después de acceder al cargo, sea capaz de elaborar un discurso elemental en la lengua de su tierra. Llamadme exigente, pero creo que un episodio como el de la Cridà no puede ser despachado con unas excusas a la carrera argumentando que se quedó en blanco debido a un exceso de preparación. Nivelón.

Pues claro, el día siguiente todo el mundo descojonándonos del asunto. Y con razón. Menudo ridículo, vaya metedura de pata, hay que ser torpe... (nótese lo suave de los eufemismos seleccionados). El episodio del caloret mostró a una profesional de la política derrapando en el ejercicio de sus funciones de una manera brillante, memorable incluso. "Hacerse un caloret", pues, puede ser considerado a partir de ahora como sinónimo de chapucear, de no dar la talla, de improvisar y, por qué no decirlo, de hacer el ridículo, vamos.

Llegados a este punto, y sin ánimo ni voluntad de defender o justificar a la señora Barberá, pensaba yo en mi último caloret particular. Porque, ¿acaso no tenemos nuestros propios "calorets docentes"?, ¿no derrapamos a menudo en nuestro trabajo al más puro estilo Barberá (o casi)? Aquí van algunos posibles casos de caloret docente presentes en las salas de profesores de la geografía universal:
  • Cuando damos al alumnado toda la responsabilidad de "sus" malos resultados.
  • Cuando "nos" agenciamos al completo la de los buenos.
  • Cuando no nos interesa lo que hace el compañero de al lado.
  • Cuando reproducimos en la sala de profesores los comportamientos que criticamos al alumnado en el aula: falta de interés y motivación, uso del móvil, etc.
  • Cuando hace siglos que no hacemos un curso de formación ni un lectura relacionada con nuestra profesión.
  • Cuando hablamos mal del alumnado: "son tontos, cortos, no se enteran de nada"... 
  • Cuando consideramos nuestras materias más importantes que las del resto de compañeros.
  • Cuando ponemos etiquetas y prejuzgamos al alumnado.
  • Cuando blindamos el aula y nuestro trabajo en ella.
  • Cuando priorizamos la calificación por encima del aprendizaje.
En fin, que es muy fácil ver el caloret en el ojo ajeno y no en el propio. E insisto, sin que sirva de disculpa hacia la señora Barberá (por favor, haga un esfuerzo, que son 24 años...), echemos un vistazo a nuestro comportamiento y erradiquemos el caloret de los centros educativos. ¡Porque una escuela sin caloret es posible!

PD: Por cierto, nunca he ido a Fallas así que si tienes un cuartillo libre por Valencia estos días, ya sabes... ¡Nos apañamos con poco! Además, seguro que se te ocurren más casos de caloret docente. ¡Compartelos en comentarios!

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